José Ramón Izurriaga
"Quedarse solo con blanco y negro, con nosotros o contra nosotros, me parece un reduccionismo que no se presenta en la naturaleza".
¿Todavía hay punta
que sacar?
Sólo te puedo hablar de un lápiz que conozco y que dispone de multitud de colores, incluso más que el arco iris; que no es de esos de mina de carbón negro. Te diré que ese sí tiene aún punta que sacar y cruzo los dedos. Este lápiz de colores, como sabes, me lo pusieron en la mano hace muchísimos años, ¡fíjate lo mayor que voy siendo! Con él he dibujado cantidad de escenas, tanto en escuelas, oficinas o calles, como en campo abierto. Ya ves que, ahora que dispongo de más horas libres, me dedico a los colores de la flora que vemos alrededor. Por cierto, que de sacarle punta me encargo yo mismo por la noche mientras duermo y así es como lo tengo afilado al despertar. También te diré que, por ser la noche oscura o el día brillante, no he llegado a ver cuán largo sea; Al fin y al cabo, ¡qué más me da!, de cualquier manera, solo me fijo en la punta…
¿Nos podemos fiar
de la información?
Poder, lo que se dice poder, podríamos: de hecho, cada cual se droga con
lo que pilla. Me fiaría de la información con más frecuencia, si se presentara
sólo con los atractivos colores de su desnudez. Sin embargo, normalmente me la
encuentro arropadísima, y con vestidos contradictorios, ¡y con solo dos
colores!: el negro de las letras de imprenta y el blanco del teleprompter.
Quedarse solo con blanco y negro, con nosotros o contra nosotros, me parece un
reduccionismo que no se presenta en la naturaleza. La vegetación, con sus
múltiples matices de colores y formas, es de todo menos reduccionista: ¡es tan
estimulante la diversidad!
¡Hala, vamos! Cogemos el camino que desde Ihabar nos lleva a las campas
de Andia. Al principio, como puedes ver, las praderas a los lados de la pista
son de vegetación similar, artificialmente uniformes, pero del imprescindible
interés alimenticio con el que tenemos que convivir. Luego tomamos una senda
agradable entre hayas, robles y demás gran arbolado, aunque lo que me admira
son las pequeñas plantas con flores abiertas, que dan gracia multicolor a esta
pendiente ascensión de otro día de nuestra vida. Ves que sigo con el lápiz de
colores dibujando las flores de la senda: acónitos, arenarias, campanillas,
chaerophyllum, cirsium, epipactis, erodios, eufrasias, galios, geranios,
helianthemum, heracleum, malvas, meconopsis, senecios, aguileñas, diplotaxis,
fritilarias, gencianas, orquídeas maculadas o purpúreas, acinos, myosotis,
dactylorhizas, scilas, violetas, verónicas… ¡Y no corras tanto que me voy
dejando las mitades!
¡Nooo…! ¡Qué va! El silencio solo existe en las campanas de vacío. Ya
sabemos que hay quien pretende vivir dentro de una de ellas para oírse sólo a
sí mismo y sentirse puro. Además, la pureza es costosa y mantenerla resulta muy
laborioso. ¡Escucha!, cuando subíamos oíamos abajo a las vacas; luego el roce
de las ramas de los árboles; más arriba el viento y pájaros; cuando hemos
llegado al borde de Andía hemos comentado el sonido continuo del tráfico de la
autovía; y ya en la campa, las esquilas; y ni tú y ni yo subiendo hemos parado
de comentar nuestras impresiones. Sin duda prefiero oír la voz de tus preguntas
que el silencio interrogante.
¡Ah, gracias! Desconocía que fueran preciosas, que tuvieran precio. Sí,
sí; las aprecio y me entretengo dándoles color con la múltiple de información,
¡¿información otra vez?!, que en las redes te ofrecen sobre cualquier plantita.
He observado que los resultados de las investigaciones que nos presentan desde
países humildes de Sudamérica o Asia suelen ser gratuitos y que, por el
contrario, los de Norteamérica o Europa, hay que pagar por acceder a ellos. Los
pobres, una vez más, son mucho más espléndidos que los ricachos. ¡So avaros!
¡Vaya!, de nuevo
una señora: la seño imaginación! Pues, así…, a bote pronto, no sabría decir qué
régimen alimenticio sigue para mantenerse de buen ver. ¿Tomará algo de
curiosidad y otro poco de mezclar lo conocido, en salpicado o en revuelto? Me
parece que a la mía no le apetece alimentarse con mitos que se presentan como
reales y prefiere el realismo mágico. Le encanta llenar la mesa con multitud de
platos redondos y poner en cada uno una opción para ir eligiendo. ¡Vamos, que
le gusta más la variedad de la sopa de ideas, y mejor si es de colores, que el
mono-régimen del mejor caviar de beluga!
Es que tú eres una
artista que puede acariciar plantas. A mí me resulta difícil hacerlo. Desde
luego, que no me da repelús coger flores para fotografiarlas de cerca. De
hecho, conservo una foto, tomada en esa subida que hemos hecho juntos, en la
que tengo una fritilaria entre los dedos. Creo que ni ella ni yo parecemos
enfadados.
Y no eres la única,
por cierto. Sabes que he leído con atención el libro que nos recomendaste sobre
ecología “¿De dónde son los camellos?”. La respuesta era sabida: de
oriente, como los Reyes Magos. Sin embargo, nos explicaban en el texto que los
camellos salieron del centro de Norteamérica, de donde se expandieron por todo
el mundo con formas variadas y que ahora ya no los había en origen. En ese
interesante texto, que lo leí con tanta fruición como si fuera una novela de
Julio Verne, se explicaba que el gasto en erradicación de plantas tenidas por
invasoras, además de inútil, no tiene en cuenta la evolución, la ocupación de
espacios vacíos y el desarrollo vegetal, que tiene una fase expansiva y un
declive, del que queda un testimonio residual y que contribuye a la variedad de
especies que disfrutamos hoy en la Sakana. Así pues, no sé qué ocurrirá con la
cortaderia, pero las hayas nos invadieron no hace tanto y ¿quién las tomaría
hoy por extranjeras?
Potasio me suena a
nombre masculino de los de antes, don Potasio. Me lo figuro como un señor
atildado, con mostachos, engominado, con bastón de puño nacarado y que hace
negocios sin mancharse las manos, muy pulcro, que ya tiene quien se las ensucie
por él. Por el contrario, la potasa, me recuerda a una señora de las que hace
tiempo, como la Fermina o la Pantxika, se pasaban la tarde hablando con mi
abuela María. La señora Potasa debía de ser muy hacendosa; lavaba cantidad de
ropa de casa y de varios hoteles, con jabón de potasa, precisamente.
-Qué remedio si no,
tenemos los pobres! La necesidad obliga- creo todavía oírla decir.
Pues, ya que lo
preguntas, te diré que quiero encontrar el edén o el paraíso, pero sin huríes
ni serpientes ni manzanos y por aquello del realismo mágico, con amigos con los
charlar y pasear sin prisa. ¡Ah! Y además prefiero que me encuentren cuando ya
esté en el paraíso, sin alargar el paso, ni haber dado trabajo.
-Bueno..., que no
es para tanto, que era solo una disyuntiva inocente. ¡A ver si te crees una
oveja negra que te tienes que dejar ver en cada respuesta!
¡Una oveja negra! ¿Difícil de ver?
No, no; se la ve
desde lejos. A los cretinos que se creen la caraba andante, los distinguen
hasta los daltónicos, que disfrutan de un lápiz de menos colores. ¡Qué pena! Y
con esto de la oveja negra, volvemos otra vez al blanco y al negro. Dejemos el
tema que ya huele.
Ese olor que me encanta...
Pero no me dices
cuál es. A mí, sin embargo, no me importa decírtelo: me encanta el recuerdo del
olor a bizcocho recién horneado del piso del Boulevar de Donostia donde servía
mi tía Paquita cuando yo era un chiquillo. Y el de las madreselvas y el de las
clavelinas y el de los nísperos que cogíamos junto a un caserío de Ulia, y la
fragancia de las rosas del patio de casa en Liédena, y el del frasco de Chanel
19 que … ¡Sí, a ti te lo voy a decir!
Los olores como los
colores o como las flores, son tan variados y nos hacen pasar por sensaciones
tan agradables que los recordamos con deleite, máxime cuando los disfrutamos en
compañía, digo.
Y te tengo que
decir que lo he pasado muy bien andando y hablando contigo. Agur.
(Entrevista publicada el 2 de octubre de 2017)
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