Juan Goñi
"Para mí, el bosque es uno de esos lugares donde el tiempo pierde su matemática y se convierte en el lienzo donde la Naturaleza pinta su arte."
Quizá la onomatopeya más conocida del canto de un ave; el
cuco. Un ave llena de misterio, de asuntos que aun no hemos resuelto del todo respecto
a su biología, su migración o sus patrones de reproducción. Aristóteles
consideraba que el cuco y el gavilán eran la misma ave, un ave “metamorfoseada”
en el otoño y en la primavera. Un ave parásita, que no hace nido ni cría a su
prole sino que la deja al cuidado de petirrojos o currucas. Un ave fácil de
escuchar pero muy difícil de observar. Es una metáfora que vuela, un ave que es
a la vez alegoría y símbolo. ¡Ah! Según nuestros abuelos, ese “cu cu” ha de
pillarte con dinero en el bolsillo. Sino… ¡mal asunto!
Estar no debería significar solo la mera existencia en un
lugar. Estar implica habitar. Y eso involucra a la vida y al vivir. Los humanos
somos seres consientes, así que nuestra vida implica consciencia. Hay momentos,
lugares, situaciones en las que alcanzamos mayores niveles de consciencia y por
supuesto de conciencia. Y eso, sin duda, nos lleva a transcender el tiempo y el
espacio. Para mí, el bosque es uno de esos lugares donde el tiempo pierde su
matemática y se convierte en el lienzo donde la Naturaleza pinta su arte. El
bosque ha encontrado una manera de trascender el tiempo y hacerse prácticamente
inmortal, y ese invento es el otoño. Empezar de nuevo para hacerse eterno. Una
de esas lecciones que el bosque cuenta a todo aquel que se detenga a escuchar.
Lo contrario a la luz es la oscuridad. Pero en la luz
absoluta nada ocurre porque la luz absoluta es la destrucción. Todo lo que de
interesante ocurre, ocurre en las sombras más o menos apagadas. Las sombras,
incluidas las de la consciencia, las del conocimiento o las “lumínicas” son los
lugares más interesantes y sugestivos. Somos seres de las sombras. Esa es
nuestra patria.
Encontrar deriva del latín “in contra”, osea, “en contra”.
Ir en dirección contraria para encontrarse. Esos encuentros a veces derivan en
encontronazos. Así que casi mejor que me busques... Buscar es una palabra
directamente emparentada con “bosque”. Etimológicamente prefiero buscar que
encontrar. Quizá en ese centrar nuestros esfuerzos en encontrar, y no tanto en
buscar, radican muchos de nuestros problemas. A nivel personal, creo que
siempre me encontrarás en la búsqueda.
El romanticismo es la entrega a la imaginación, a la
subjetividad, a la emotividad. Romántico
es Beethoven, Chopin o Mahler. En mi opinión el blues es rigurosamente
romanticismo así que romántico es Clapton, B.B. King, Coleman o Mayall. Definitivamente
soy fan del romanticismo musical. Pero es que el Romanticismo es la sublimación
de la Naturaleza. No conozco otra manera de aproximación al mundo natural si no
es desde la más profunda admiración. Una admiración que deriva
indefectiblemente en la exaltación. Soy un exaltado defensor de la Naturaleza,
de su belleza, de su simplicidad, de su sabiduría, de su generosidad para
conmigo y los de mi especie. Si… creo que soy un romántico conmovido al fin y
al cabo.
Me acechan todas las dudas, todos los recelos, todas las
indecisiones. Me acechan miedos. Me acechan prisas. Me acecha la indolencia.
Pero cuando me sumerjo en el bosque, entonces solo me acecha Basajaun. Y me
dejo, siempre me dejo, porque me rindo, siempre me rindo a sus acechanzas. El
bosque despeja mis miedos. Saberme acechado por el petirrojo, vigilado por el
roble eterno, observado por la garduña… me hace sentirme bien.
Alóctono y autóctono, ¿cuestión de preferencia?
Todo termina por ser autóctono. Solo es cuestión de tiempo.
El ecosistema siempre se estabiliza. Lo que pasa que quizá unos miles de años
son demasiados para nosotros. En cualquier caso el Bosque siempre sabe por
dónde se va al Futuro.
En la Naturaleza la espera no existe. Al menos no existe la
espera inactiva. Nadie espera a nadie; eso es un lujo que está al alcance de
muy pocos. Y en eso deberíamos de aprender del bosque. No puedes esperar a
nadie, porque si esperas, nunca empezarás. Los troncos del camino protegen el
suelo de la erosión, abonan suavemente el suelo del bosque, sirven de alimento
y de refugio para multitud de insectos que a su vez servirán de alimento para
otros habitantes del bosque… asi que los troncos son fuente de vida y un
elemento más del bosque. Pero es que además los troncos del camino son una
invitación a detenerse, a sentarse, una llamada a la reflexión y a la
contemplación. Pero no esperan porque no pierden el tiempo.
La lechuza… mi bruja preferida…
Probablemente la lechuza está pidiendo ayuda. Hemos perdido
casi un 20% de las lechuzas ibéricas en menos de 15 años. Y el declive no se
detiene. Su desaparición de nuestros campanarios y graneros, de nuestros
caseríos abandonados, es una tragedia medioambiental, pero también es una
tragedia cultural. Las aves que más cerca han estado históricamente de nosotros
son las que más están sufriendo el envenenamiento masivo al que estamos
sometiendo a los ecosistemas, sobre todo a los ecosistemas agrarios. Gorriones,
golondrinas, vencejos, lechuzas… sus poblaciones se derrumban. Estamos
inundando nuestros alrededores de pesticidas. Todo lo que nos rodea se muere
envenenado y nosotros permanecemos despreocupados en medio de la ponzoña.
Destilamos toxinas ¡Y después nos las comemos!
¡Qué triste un pueblo sin lechuza!
La lechuza llora. Y con ella lloro yo.
Pues no deberías asustarte. Si escuchas atentamente te darás
cuenta de que las voces del bosque son misteriosas pero misteriosamente
tranquilizadoras. Basajaun, pese a su aspecto feroz, es el espíritu del bosque
que nos habla, no lo dudes, durante nuestro caminar por la arboleda. Así lo
dicen las leyendas de Euskal Herria. Para escuchar la voz del bosque durante un
paseo hay que estar en lo que estás. Guardar silencio. Y, como decíamos antes,
no esperar. A veces Basajaun se hace esperar. Me gusta pensar que está en otro
bosque, y por eso se demora.
Si lo quieres ver desde otro punto de vista, las voces que
oímos son los ecos de las voces de las decenas de miles de generaciones humanas
que nos precedieron. Durante los 350.000 años que lleva Homo Sapiens sobre el
planeta no hemos hecho otra cosa que caminar y caminar por el bosque, a la
búsqueda de nuevas fuentes de alimento, de nuevos pastos para nuestros
animales, de nuevas oportunidades para la supervivencia. Hemos cruzado
continentes y océanos, desiertos interminables, montañas heladas… Y cuando
caminamos por el bosque con los oídos atentos, con la mirada alerta, volvemos a
ser lo que fuimos. Y nuestros recuerdos genéticos toman la palabra.
¿No crees?
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